He aprendido a dejar marchar a quien quiere irse, porque no estamos para rogarle a nadie que se quede cuando no quiera hacerlo. He aprendido a echar de menos de una forma bonita y a ser menos celosa. He aprendido a aprovechar más el tiempo con quien de verdad lo merece y no desaprovechar las oportunidades que se me plantan en el camino. He aprendido a dar las gracias y pedir perdón cuando sea necesario, cuando de verdad lo sienta. A dejar el orgullo a un lado y a no perder ni dejar escapar nada por miedo. He aprendido a luchar por lo que quiero y a ser siempre yo, digan lo que digan y piensen lo que piensen. A disfrutar de lo que hago y a demostrar cada día lo que valgo. He aprendido a soñar bien fuerte y a hacer todo lo posible para conseguir cada uno de mis sueños. He aprendido a ser más fuerte, a levantarme de las caídas y a seguir adelante a pesar de cada bache. A entender que no se puede gustar a todo el mundo y que por eso hay que ser siempre uno mismo, y a quien le guste, bien, y a quien no, una pena. He aprendido a ser feliz con lo que tengo y no dejar de hacerlo por lo que no tengo, la vida es demasiado corta como para centrarnos solo en lo que nos falta, en vez de apreciar lo que realmente tenemos. Que seguramente merezca mucho más la pena. He aprendido a dar abrazos, muchos, cuando me apetezca y por el motivo que sea, incluso si no lo hay. Y a besar con pasión. He aprendido a quererme un poco más, a ser menos insegura y a plantarle cara a todo aquel que me haga ser menos. He aprendido a no esconderme, a no tener miedo al qué dirán y a ser siempre quien quiero ser. A no mirar hacia el pasado ni hacia el futuro, sino vivir, al máximo, el presente. He aprendido que la vida es corta y que no podemos quedarnos quietos, sino salir ahí fuera a ser nuestra mejor versión todos los días.
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